“Algunos me dijeron que era un juntador de basura. Bueno sí, macanudo: hoy es historia todo esto”, dice Mario Lifsitz, que tiene 80 años y lleva 62 coleccionando casi todo lo que encuentra.

No es bahiense de nacimiento, pero se vino hace más de 4 décadas a nuestra ciudad. Su abuelo abrió un almacén en 1913 en la localidad pampeana de Villa Alba (hoy General San Martín) y su papá lo continuó hasta 1975.

Desde entonces Mario busca recrear ese negocio con forma de un museo que lamentablemente todavía no puede ser abierto al público en general.

De hecho tiene la balanza de 2 platos con la que comenzó el negocio hace más de 100 años y una lata de yerba con el apellido de su abuelo: “Había que comprar 500 latas para que te las litografíen”.

—¿Qué te diferencia de un acumulador?—le preguntamos

—Y… es un poco… —piensa y responde— el coleccionista selecciona.

Claro, tiene de todo menos armas. Eso no le gusta para nada.

Y cuando hablamos de que tiene de todo es DE TODO: focos, patentes, cuadros, botellas, sifones, máquinas de escribir, teléfonos, encendedores, fósforos, afeitadoras, latas de té, mate, café, frascos de caramelos, elementos de baño, radios, lapiceras, juegos de platos, sacapuntas, sellos, plumas, bolígrafos, peines, termos, diplomas… ¿se entiende?

“Es la historia de la publicidad y de todos los elementos que se han usado en el siglo pasado”, advierte.

Mario cuenta que compró muchas cosas pero que el 70% de lo que tiene se lo regaló la gente.

“Viajé muchos años por la zona: me tenían identificado y me preparaban cosas. Muchas cosas que la gente tiraba. Hoy lo están valorando”, explica.

Y claro, es consciente de que todo lo que tiene ahí vale varios millones, que hoy se podría vender y hacer muchísima plata, pero asegura que nunca pensó en hacerlo.

“Si quisiera vender me hubiera dedicado a la compra y venta”, dice.

Y en ese sentido cuenta que pese a la pandemia sigue coleccionando. No va a parar, aunque reconoce que ya no tiene lugar y que va dejando las cosas en un depósito que tiene al lado.

Su principal deseo es que alguna vez se pueda abrir al público, en un lugar con comodidades. Hasta antes de la pandemia recibía a escuelas y personas interesadas en la historia, hoy se complica mucho hacerlo.

Mario reconoce que no lo va a poder cumplir, pero espera que sí lo haga su hijo Juan o su nieto Franco.

“Mi hijo no lo manifiesta abiertamente, pero que no le toquen absolutamente nada. Incluso ha ido agregado cosas”, cuenta.

Y cierra: “Quiero que este museo sea visitado por todos y conocido por todos, que quede como patrimonio cultural”.