Este martes se hizo en Bahía una movilización en defensa de la universidad pública.

Fue en simultáneo con otras ciudades del país y participó una gran cantidad de gente.

Se concentraron en 11 de Abril y Alem y marcharon hasta la UNS.

Fuimos a preguntar a quienes participaron, y a quienes no.

 

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Cada tanto, Bahía es noticia nacional. Puede ser por algo positivo o por algo negativo.

Un premio nobel, deportistas destacados, la falta de agua o un temporal.

Sin embargo, hay otras situaciones por las cuales nuestra ciudad ha trascendido que no necesariamente se debe a esas características.

Un caso, atípico, fue por un hecho sucedido en 1972 y que llegó incluso hasta la reconocida revista Gente.

Su protagonista fue Eduardo De Deugd, un mecánico que regresaba a Bahía desde Médanos y dijo haber levantado a un extraterrestre que hacía dedo.

Según contó, durante la madrugada del 28 de agosto transitaba por la Ruta 22 escuchando música clásica por LU2 cuando divisó a un sujeto que pedía ser llevado. Solidario, lo levantó.

“Estaba muy oscuro. Me pareció que medía alrededor de 1,90 metros y tenía la carga larga. Llevaba un sacón grueso y una especie de gorra o de casco con una visera muy chica. Se sentó sin decir una palabra. Le pregunté si iba para Bahía y me contestó algo que no alcancé a entenderle. No le di importancia porque justo en ese momento la radio del coche empezó a hacer un ruido infernal. Agarré la antena con la mano para que se escuchara mejor y seguí viaje. Él ni se movía. Le pregunté si era de Médanos y me contestó del mismo modo. No le entendí nada. Yo solo había tomado un vaso de vino con soda en mi casa, a eso de las 9 de la noche, y medio Gancia con agua en lo de mis amigos”, contó.

El viaje siguió varios kilómetros, hasta que al acercarse al empalme con la Ruta 3, cerca del Salitral de la Vidriera, el extraño metió una mano dentro del bolsillo de su sobretodo. Ni bien hizo esto, el auto Plymouth ’38 de De Deugd empezó a fallar hasta que se paró.

En ese momento pudo observar bien al acompañante y percibió que tenía un mentón larguísimo y la nariz redonda “como un tomate”.

Al salir del vehículo para ver qué le pasaba, vio a lo lejos una luz azul grande “que parecía un colectivo de La Estrella volcado”, pero enseguida se encendió otra de color blanco, potente, que lo encegueció y le generó muchísimo calor.

“Retrocedí, era un plato volador redondo, de unos 5,5 metros de largo, ventanas iluminadas y forma de plato hondo dado vuelta. Despegó en ángulo recto, tomó altura y desapareció a una velocidad incalculable. Mientras se elevaba despedía luz verde en forma de cono y sus ventanas se apagaban y se encendían”.

Asustado, De Deugd corrió hacia su auto y el misterioso pasajero había desaparecido. Entonces sacó un revólver 22 y empezó a buscarlo por todas partes, pero no lo encontró.

Logró poner el vehículo en marcha y retrocedió 2 o 3 kilómetros para ver si lo encontraba, pero tampoco.

“Ahí entendí que este tipo no era de la Tierra y que se fue en el plato volador. Comprendí que su altura, su silencio, sus ruidos guturales, su casco, y la forma de su cara, no tenían nada que ver con los humanos”.

Eduardo llegó a Bahía y llamó a la radio para contar lo que le había pasado. Y dos semanas después apareció un periodista de la revista Gente para conocer su testimonio, que según el psiquiatra Eduardo Mata, era coherente.

Lo cierto es que De Deugd se convirtió en una celebridad y no solo por esa historia. Es que en la entrevista contó que ya había visto OVNIS.

La primera vez, en 1962 mientras cazaba por el Camino de La Hormiga a 32 kilómetros de Bahía. Y la segunda, en 1968 en un ruta entre San Juan y Mendoza durante su luna de miel.

Con esa data, hubo quienes se empezaron a burlar porque no le creyeron. Y según su esposa, por ese motivo nunca más quiso hablar del tema.

La construcción de un edificio es generalmente un proyecto colectivo. En algunas ocasiones, a través de pozos como forma de inversión, y en otras, como plan real de vivienda.

Las inestabilidades que suele tener el país, y también malas decisiones, pueden dejarlos truncos o a medio hacer. Y en Bahía, hubo y hay edificaciones verticales que sufrieron ese tipo de contratiempos.

Están los que después de décadas de abandono pudieron terminarse, como el de la Bolsa de Cereales en Saavedra al 600, el ex Centro Cívico en Drago, el de Alvarado y Sarmiento, o el de Saavedra y O’higgins.

Sin embargo, otros aún continúan en espera. Uno es el de Alem al 300, que cada tanto amaga a reiniciarse. Y otro, el de Chiclana y Pueyrredón.

Particularmente éste, asoma en esa esquina como una mole no muy alta, de apenas 7 pisos, pero de gran expansión a lo ancho. El terreno corresponde a la manzana 197, tiene 26 metros de un lado, 33 de otro y un total de 1366 metros cuadrados.

Hasta fines de los ’70 hubo ahí un hotel ya cerrado, de características similares al de Soler e Israel, con los ventanales de las habitaciones a la calle, y en el medio un café/bar. De hecho, por su proximidad a la estación de trenes, pasaban por ahí pasajeros y también los carros tirados a caballo.

Sobre finales de esa década, fue demolido y una firma privada (algunos vecinos recuerdan que pudo haber sido una cooperativa de la armada) encaró la construcción de un edificio mediante la modalidad de pozo. Arrancaron de forma intensa y finalizaron la estructura que se ve actualmente, pero después por cuestiones que se desconocen, se mandaron a mudar y terminaron estafando a un montón de bahienses.

“Lo se bien porque mi hermano menor cayó”, contó Dardo en diálogo con Wips, quien agregó que desde aquel entonces hasta hoy, “no se puso un ladrillo más en el lugar” y que incluso en los años ’90 el lugar fue ocupado y se podían ver toldos, maderas y chapas en los pisos inferiores.

En todo este proceso de abandono, el esqueleto llegó a ser un espacio ideal para palomas, murciélagos y ratas, y además la vereda se fue deteriorando y levantando.

“Hay un dueño de la parcela, de apellido vasco. Le preguntamos porqué no lo vendía y explicó que solamente le ofrecían ir poniendo plata para terminarlo y no le interesaba. También le pedimos que emprolije el sector porque se había caído una señora y ahora tiene a alguien viviendo adentro, con acceso por una puerta por Chiclana, que cada tanto sale a limpiar”, comentó.

Bahía no tiene para estos casos un impuesto progresivo que obligue al titular del lugar a abonar mensualmente una tasa y que lo haga evaluar de qué manera motorizar un nuevo proyecto, o su demolición.

 

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